20.3.07

Oasis III


En la casa de mi abuelo hay un cuarto, el más grande, que me resultaba de niño muy peculiar. Nunca pude decir en que consistía la atracción de esa habitación con clóset de madera y siempre lustrada. El cuarto tiene una particular oscuridad a pesar de que sus ventanas grandes dan contra la calle desde un segundo piso. De todas maneras, siempre relacioné la atrayente oscuridad con los cubre lechos azules oscuros sobre las dos camas que jugaban con tapizado, también azul oscuro, de una butaca que servía como asiento cuando era necesario acicalarse frente al espejo.

La verdad es que soñé en innumerables ocasiones no sólo con el cuarto, sino con una casa en cuyas paredes se repetía el mismo patrón. Madera oscura con olor a lustre y patrones azules oscuros, sedosos y con figuras diabólicas. Ese fue el bestiario de mi infancia, dragones contertulios con ojos achinados, micos sapientes con libros pesados y gafas gruesas de manos peludas negras hasta los poros, serpientes con senos afilados terminados en pezones rosados y aureolas aglutinadas, cancerberos de seis cabezas sin cola, caballos descabezados aullando por el ano mientras se levanta una cola trenzada por duendes, ninfas descarriadas de caderas estrechas y pubis depilada retorcidas una sobre la otra.

Fue hasta ayer, que abriendo un libro por curiosidad encontré la foto de Boccioni, el futurista italiano y un recuerdo completó la escena de la dichosa habitación. Durante todos estos años había olvidado que en la única pared no cubierta por la madera estaban colgados dos cuadros. Se trataba de la reproducción de 30 por 20 centímetros de dos obras de Boccioni que seguramente mi abuelo había recortado de algún libro de arte. Estaban enmarcados con paspartú blanco marfil. El marco era delgado pero profundo, como si la intención de fuese conducir la mirada al centro del cuadro, a ningún otro lado, a sus figuras cuadradas y futuristas de la guerra, del radio, del misil, de lo mecánico, del burdel, de la ausencia de dios y Dios, del movimiento siempre dinámico y lo simultaneo. Todas las preposiciones futuristas son un desafío al dios cristiano. Las reproducciones siempre estuvieron allí, escondidas en ese cuarto, sin empolvarse, sin decolorarse o marearse. Jamás se movieron de su lugar como los cubre lechos azules o el espejo. Ahora me acuerdo que en el cuarto de mi abuelo siempre hubo un rosario colgado.

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