6.5.07

Alvarito 1 vs. Alvarito 2.












A pesar del riesgo de arruinar el carácter depravado de este formidable magazín, el acostumbrado Oasis, da paso para el reporte de las actividades colombianas en el exterior.

(izquierda Alvarito 2, a la derecha Alvarito 1)



En días pasados mi correo fue bombardeado con invitaciones de la embajada colombiana a diversos eventos… a renovar la cedula, a una charla con un escritor cualquiera, a visitar un pabellón en una exposición de turismo, etcétera. Entre todas una en particular prometía una copa de vino espumoso a todos aquellos que se aguantaran el homenaje a los artistas que exponían en una galería alternativa.

Era una exposición colectiva de artistas colombianos que se caracterizan porque todos viven en Europa, todos son jóvenes y todos son muy malos.

De la exposición no me acuerdo particularmente de nada. Pero no hay que describirlas, porque mientras algunas tienen esa pretensión política de izada de bandera, otras ese neo criollismo que pretende ser internacional con sus frases repetidas del inaguantable Macondo, el sabor, lo surrealista, la hamaca…si no me olvido, la exposición se llamaba como el viaje imposible, o el viaje tropical difícil o alguna mierda de esas que solo pueden concebir los engendros de las teorías de la periferia y el centro.

En la mesa donde estaba el vino, servil como sólo él puede, Alvarito. De un extracto del altiplano cundiboyacence, con la rigidez del cuello almidonado pero con la ternura para echar un chistecito de vez en cuando, Alvarito, el mesero, no escatimó en que ese vino espumoso burbujeara en mi copa. Fue amor a primera vista. Pasadas unas horas, muy apenado me dijo, se me acabo el vino, pero acá estoy para servirlo.

No obstante, comenzó el espectáculo. Una chica del colectivo con dos licuadoras en frente, computador en medio, tornamesas y mezclador, ha ofrecido una mezcla no solo de música sino de frutas y alcohol. Las licuadoras sincronizadas con el inició del tornamesas, giraron sus aspas volviendo el duro contenido en un jugo tropical fermentoso, cual afrecho, que luego era repartido entre los asistentes. Obviamente la posibilidad de continuar con la humilde tarea de Alvarito en su afán por la invocación de los poderes baquicos en mí, me obligó a quedarme para la primera tanda de tan apetecida hidromiel a pesar de la tortura que significaba ser testigo de ese abominable acto.

Alvarito, grité confundido de quien ahora repartía y preparaba el trago era una mujer. No obstante, me aprendí su nombre rápido, aunque ya lo olvidé, y bebí del primer vaso de la mezcla.

¿Qué si me supo a la música? Me preguntaron par ingenuas madres teutónicas, a lo cual respondí que no, porque yo solo escucho Wagner y ese si que me sabe a otras cosas.

Ni a música, ni a bueno, ni a nada, el escaso contenido de alcohol de mi porción racionada me obligo a quedarme para la segunda tanda. La sorpresa vino que una vez terminada la ingenua mezcla, puesto adelante con mi vaso recibí una porción rebajada sumada a un “no te doy más porque me estás haciendo trampita”.

La conclusión fue fulminante. Entre la batalla de Alvaritos, ganó Alvarito 1, con su servicial carácter, con su globalizada intuición de lo baquico, con su generosidad derramada. Alvarito 2, por su parte, debió de haberse empelotado como último recurso para salvarse de las furiosas bacantes.

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