3.5.07

Del diario íntimo del bebé de Rosemary

Deambulando por el Internet en mis momentos de ocio (que son pocos, por cierto) llegué a la leyenda y mito urbano de Kuchisake-onna, a la cual le he puesto “Cuchi-O” desde que me siento comparecida. Resulta que el mito de Kuchisake-onna forma parte de la cultura japonesa desde hace cientos de años y se remonta al periodo Heian. Nuestra heroína, Cuchi, parece haber sido una femme fatale como solo las japonesas pueden y estaba casada o era concubina de un samurai poderoso. Pero como toda mujer, Cuchi era un poco puta y un tanto coqueta. En efecto, su marido, el burlado samurai se dio cuenta de que le estaban poniendo los cuernos y ni corto ni perezoso – en últimas por algo era samurai – buscó a su mujer y le zanjó la boca de oreja a oreja con su cuchillo, dejándola completamente desfigurada. “ ¿A quién le vas a parecer bella ahora, zorra cachona?”

Pero la historia de la arriesgada Cuchi no termina en el periodo Heian, porque se ha convertido en un mito urbano (como muchos de nosotros). Sin embargo, como es de esperarse de una chica emprendedora y lista como nuestra Cuchi, se ha modernizado. Hoy la Cuchi deambula por las calles de Tokio, con predilección por las noches nubladas. Se aparece con la cara cubierta por una máscara quirúrgica, lo cual no es algo muy extraño entre los habitantes de Tokio (me han dicho). El caso es que se le acerca a los niños y estudiantes universitarios, preferiblemente solos y/ o borrachos (los adultos, claro) y les pregunta “ ¿Te parezco bella?” mientras se retira la máscara. Cuando la desprevenida víctima sale corriendo, Cuchi corre detrás, agarrándolos en la puerta de la casa, donde son encontrados descuartizados al día siguiente. La única forma de salvarse de Cuchi es contestarle, “me pareces bastante común y corriente” cuando se quite la máscara, o tirarle sus dulces favoritos (Pastel Gloria? Nucita?) cuando va en plena persecución.

Bueno, y ¿a qué va toda mi lora con Cuchi? El otro día salí a una cita semi a ciegas con un chico que conocí por Internet. Yo sé, ¿qué necesidad?, pero lo hice. El caso es que estaba TAN nerviosa que en todo el día me comí un cuadrito de paté y antes de salir a la cita me zampé DOS Equilid a secas. Llegué antes que el man y me chupé un mojito en 30 segundos y pedí otro antes de que llegara (desaforada). El caso es que llegó y seguimos tomando y yo me convertí en nada más ni nada menos que Lucifer, Cuchi y Damiana al mismo tiempo. Terminamos en mi casa yo no se como (si, si, yo sé que todo el mundo dice eso, pero esta vez es verdad). Lo que sí estoy segura es que no pasó a la habitación (gracias a Dios) porque yo estaba COMO UNA DEMENTE. Bueno y en conclusión, me he quedado pensando que si el chico se hubiera sabido el cuento de Cuchi y me hubiera lanzado un roscón (de guayaba, claro) al primer indicio de que yo estaba en plan kamikaze, todos nos hubiéramos ahorrado mucha pena. Así que, amigos míos, les paso el dato de la Cuchi para que se prevengan antes de sus citas cibernéticas y siempre lleven una rica golosina típica por si las moscas.

Y por si alguien quedó en suspenso ¡obviamente el chico no ha vuelto a aparecer!

1 comentario:

Anónimo dijo...

que cosa tan maravillosa, saber que en el hiperindustrial tokio también existe una Viuda muerta como en Roldanillo. Esa mujer desfigurada que solo se aproxima a borrachos y jovenes estudiantes a la salida de la discoteca Petrochelli en horas de la madrugada